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Algunas señales del “progreso”: sobra información, falta energía

Nadie puede discutir que en los paises desarrollados vivimos en una sociedad de la información, el tejido infotecnológico de la Red Universal Digital se extiende y densifica día a día, las capacidades informacionales de la tecnología se multiplican y sus instrumentos -fijémonos en los móviles- son hipermultifuncionales (como dice la publicidad de un centro comercial de venta de infotecnología: lo tienen “todo en uno”) y ya la cantidad de información que se genera o circula se mide en exabytes. Las vidas de los infociudadanos transcurren (¿surfean?), frecuentemente sin verdadero control personal, en un océano de información. 

Precisamente, llevo algún tiempo pensando en escribir un largo ensayo sobre tecnocultura para proponer bases racionales y humanas de uso de la infotecnología, cuando de pronto me encuentro con un artículo sobre tecnobasura en la revista Muy Interesante, que muestra con datos y fotos los cementerios de móviles, de ordenadores y otro material electrónico que la gente desecha en promedio cada menos de dos años, para cambiarlo por otro más potente (por tanto, más cantidad, más tipos y más versatilidad en las informaciones y sus aplicaciones), sin, por supuesto, haberle sacado partido al anterior. Son decenas de miles de toneladas anuales de resíduos electrónicos, que no han contribuido demasiado a construir una sociedad del conocimiento. Si ese artículo de MUY cae por casualidad en manos de algún beneficiario habitual del canon digital probablemente lo celebrará con champán.

Tecnocultura y Tecnobasura suenan casi igual, pero, si se analizan, no pueden ser conceptos más dispares. Creo que, como escribí hace muchísimos años, gran parte de los ciudadanos vive inmersa en una especie de ingenuidad frente a la tecnología , y que, entre otros efectos variados, “un exceso de información tiende a anular la creación o regeneración de conocimiento”. Ya en ese trabajo de 1991, que llamé “La sociedad informatizada: Apuntes para una patología de la técnica”, titulé una sección “Hiperinformación y rendimientos decrecientes”. Mucha de esa patología que describí sigue vigente y las montañas de tecnobasura generada al ritmo actual son una muestra de patología. En mi “ingenuidad” académica yo abogaba por emplear la tecnología para componer circuitos de información de calidad, aumentar el conocimiento o desarrollar acciones con sentido. Mi impresión ahora es que se está generando una multiplicidad fragmentaria de subculturas digitales de usuario, rica por causa de la diversidad funcional disponible, pero con ciertas patologías de uso imputables a un exceso de funcionalidad difícilmente asimilable. 

Pero en estos momentos de crisis económica, la realidad nos empuja a desplazar nuestra atención desde la información hacia la energía, que escasea ante el enorme y creciente consumo, calificable en muchos casos de inconsciente despilfarro. Los datos que tengo anotados sobre nuestro país son que España genera menos del 20% de la energía que consume y tratándose de petróleo sólo el 0,2%. EL petróleo supone el 57,5% de la energía consumida, después, la electricidad (20,3%), el gas (16%), las energías renovables (3,9%) y el carbón (2,1%). Sube todos los días el precio del petróleo y por tanto la gasolina y el gasóleo, se hunde la bolsa, se declaran en huelga transportistas y taxistas, se encarecen los alimentos, empiezan a recurrir como remedio paliativo a los biocombustibles, encareciendo de paso los cereales y otros productos agrícolas, nos suben de golpe un 10% el precio de la energía eléctrica, le sugieren al personal de oficinas empresariales y de la administración que prescinda en verano de la corbata y el gobierno de nuestro país nos anuncia -en medio de una reacción de incredulidad y desconcierto público-que van a obligar a reducir en un 20% la velocidad máxima de los vehículos a motor en las entradas y vías de circunvalación ciudadana, además de que, en una decisión de “aguda” estrategia sin precedentes, van a regalar a cada hogar durante dos años una bombillita anual de bajo consumo.

Dadas las circunstancias, repaso también ahora mi columna Energía e Información, de 1990, y me hago eco de cómo señalaba en ella que para potenciar la sociedad de la información algunos estaban transmitiendo al mundo la noción de que éste funciona gracias a la información, hasta tal punto que la materia y la energía parecían convertirse en elementos secundarios y subsidiarios. Lo cierto es que sin elevados consumos de energía -escribía entonces un servidor- se tambalean los pilares de toda sociedad de la información. ¿O no?

En 1995, J. Rosnay escribió que “al igual que la dietética alimentaria ayuda a equilibrar la vida del ser humano, las sociedades industrializadas deben inventar una dietética de la información (para evitar la contaminación informativa) y una dietética de la energía (para reducir el despilfarro).

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