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Síndrome de Diógenes digital, futura patología infotecnológica

Con este comentario no pretendo criticar vuestro trabajo, sino introducir una concepción alternativa de la infoxicación (sobreinformación) más cercana al usuario. Para enfatizar la cercanía y hacer más amena la lectura de mi exposición, manifestando previamente mi nula intención de causar ofensa alguna, seré osado, cáustico y mordaz.

El rigurosísimo y objetivísimo análisis cuantitativo realizado por la famosísima universidad de Berkeley, en las 112 páginas que lo conforman, no es más que un estudio sin trasfondo alguno que en ningún momento se aventura a plantear las consecuencias que tales niveles de información podrían acarrear. Su lectura me recuerda al visionado de las fastuosas producciones cinematográficas de Hollywood, las cuales camuflan exitosamente un nulo argumento bajo efectos especiales de cuantías astronómicas; como dato anecdótico, Berkeley y Hollywood pertenecen al mismo estado y, como dice el refrán, “todo se pega, menos la hermosura”. Las cifras estratosféricas que presenta el mismo sin duda atraen la atención del lector, incluso la mía, pero no son más que asépticas cifras. Antes de continuar y remitiéndome a la declaración de intenciones realizada en el primer párrafo, me gustaría aclarar que en absoluto desprecio el ingente trabajo desarrollado por la universidad, sino que por el contrario lo aprecio y admiro.

Diógenes de Sinope, filósofo griego y asceta donde los haya, adoptó con rigor los ideales de privación e independencia de los bienes materiales, para él la propiedad era un impedimento para la vida y, por tanto, no adjudicaba ningún valor a ésta. El ahora tan en boga síndrome de Diógenes, recordando las múltiples noticias sobre él emitidas, nos muestra a una persona, a veces varias, que acumula todo tipo de objetos y basura en su domicilio sin control, rehusando cualquier acción que implique la reducción de sus pertenencias. Entonces, ¿por qué denominarlo síndrome de Diógenes? Tal vez sea por que queda muy ‘cool’ adjuntar el nombre de un filósofo a una nueva patología, pero espero que no se deba a confundir ascetismo y austeridad con soledad o aislamiento. Diógenes renegaba de toda pertenencia, mientras que los que padecen la susodicha enfermedad hacen lo contrario, acumularla. Por todo ello, por decisión propia y consejo materno, prefiero denominarlo, en la privacidad para evitar confusiones, síndrome de anti-Diógenes.

Ahora, particularicemos y concretemos. Para ello, tras acceder a mi particular disco duro y buscar la partición o carpeta de mayor tamaño, no me resulta difícil encontrarla y asociarla a mi partición de archivos descargados (descargas). ¿Descargados de dónde? De la web, no; de Internet, sí. Concretando, las descargas proceden de redes peer to peer, realmente también hay algunas procedentes de la web pero tal es la ingente cantidad de información procedente de estas redes cooperativas que el resto de fuentes son despreciables. Aquí me gustaría calificar esta información, ya que no estoy refiriéndome a la etérea y exorbitante información a la que tenemos acceso medida en exabytes, sino a aquélla que materializamos en nuestro disco duro, es decir, aquélla que conscientemente decidimos descargar de la red a nuestras vidas.

Yo también realizaré un análisis cuantitativo, pero haciendo uso de cifras más cercanas y tangibles, en lugar de sorprendentes e increíbles. Para que resulte más verídico y menos impresionante, asociaré la información a aquel formato en el que su consumo se produce con mayor celeridad, el vídeo, cuya tasa ‘bytes consumidos/segundos’ es mayor.

Hace un mes, el año pasado, un amigo me comentaba que descargaba de media 14 gigabytes de información al día. Teniendo en cuenta que una película en formato DivX ocupa 700 megas, tales gigas equivaldrían a 20 películas. El nivel de sobreinformación es claramente visible, pues si una película tiene hora y media de duración, el sujeto tardaría 30 horas en ver las películas que se descarga en 24, es decir, jamás podrá disfrutar de la información que descarga, entonces, ¿por qué continúa descargando? La infoxicación (neologismo propuesto por don Fernando) es la respuesta. Esta persona se encuentra infoxicada, aventurándome incluso a considerar que su descarga compulsiva, como bien indica el adjetivo, podría ser consecuencia derivada de un trastorno obsesivo-compulsivo. Tal y como expone nuestro profesor, “un exceso de información anula la reflexión”; esta frase se refleja perfectamente, ya que el individuo bajo estudio, para alcanzar tales tasas de descarga, es incapaz de elegir qué desea realmente adquirir, por lo que descarga sin control ni reflexión alguna, incluso almacenando cientos de DVDs sin etiquetar ni clasificar.

Según la variante de la ley de Parkinson presente en el libro “Más allá de Internet: la Red Universal Digital”, “la información se expande hasta ocupar todo el tiempo y el espacio disponibles”. Ya hemos demostrado cómo realmente puede ocupar todo el tiempo, por lo que nos centraremos en el espacio. Desde que tuve mi primer disco duro de 420 megas, siempre he pensado que “el tamaño no importa”, por muy grande que lo tengas siempre acabará quedándose pequeño, ya que almacenarás en él cada vez más información, borrando únicamente ficheros cuando es condición necesaria para introducir datos nuevos. Pero con mi planteamiento quiero ir más allá del espacio digital y extrapolar la sobreinformación al plano analógico, mostrando finalmente el síndrome de (anti)Diógenes digital.

La información descargada no sólo se almacena en los discos duros, sino que es transferida a CDs y DVDs, principalmente para poder continuar descargando al congestionado disco duro. Teniendo en cuenta que su diámetro es de 6 centímetros y el área ocupada de 113,1 cm2, su almacenamiento no es despreciable y, por tanto, considerando su continuo incremento debido a la grabación masiva de información en ellos, con el paso del tiempo podrían pasar a ser un problema importante al reducir la habitabilidad de nuestro hogar, es decir, la información se expandiría hasta ocupar todo nuestro espacio vital, erigiéndose en forma de baluartes digitales de un defenestrado conocimiento. Es cierto que con el avance de la tecnología cada vez se almacena más información en menos espacio, pero también aumenta la capacidad de las conexiones a Internet y, por ende, la calidad y tamaño de las películas descargadas. Además, el infoxicado, por su anulada capacidad de reflexión, almacenaría también información en dispositivos obsoletos, ya que desprenderse de bit alguno le supondría un trauma; de hecho, yo mismo aún poseo algunas decenas de disquetes en espera de ser ejecutados, en el sentido destructivo de la palabra.

Como anécdota y para sentir en persona la experiencia de estar infoxicado, maximicé mis descargas durante los primeros días del año, adjuntando una imagen con los resultados del ensayo.

Datos de las transferencias realizadas

Para terminar, si en un futuro, esperemos lejano, visionáis en las noticias a un ajado individuo sepultado por un maremágnum de vetustos contenedores digitales de información, espero que me recordéis por la presente postal y no por atisbar mi demacrado rostro a través de vuestras televisiones de altísima definición.

Un saludo :-).

1 comentario sobre “Síndrome de Diógenes digital, futura patología infotecnológica”

  1. fsaez dijo:

    Debo aclarar que el neologismo ´infoxicación´no es obra mía y nunca he dicho que lo fuera. Simplemente, lo utilizo de vez en cuando por su fuerza comunicativa, pero ni siquiera creo que sea siempre adecuado para definir los efectos de la sobreinformación. ´Infoxicación´suena como intoxicación (envenenamiento) y es evidente que una información adulterada, aunque no sea mucha en su cantidad, puede envenenar, confundir o manipular a sus receptores. La sobreinformación, en cambio, como cualquier sobreingesta, producirá indigestión, que, a su vez, podría traducirse en un deterioro serio de los tejidos intestinales (mentales, en este caso).
    El síndrome anti-Diógenes digital aquí presentado es un ejemplo brillante e interesante de un comportamiento obsesivo-compulsivo derivado de los progresos en potencia infotecnológica predichos por la ley de Moore. Las redes de banda ancha, unidas a la increíble capacidad de almacenamiento de ingentes “masas” de información en un reducidísimo espacio físico provocan en algunas personas un impulso irracional por el que acaban mezclando las realidades del mundo analógico propio de los sentidos y del cerebro humano con las realidades del intangible mundo digital. Lo curioso del caso estudiado es que ni siquiera podría hablarse de indigestión, porque no hay uso, sólo almacenamiento, el atracón aquí sólo se sustancia en el número de horas necesarias para capturar y acumular toda esa infomasa finalmente inútil.
    Aprovecho para comentar que éste y otros posts y comentarios publicados en nuestro edublog muestran un nivel lingüístico, conceptual y tecnocultural que para sí quisieran muchos de los blogs que pueblan la webosfera, incluidos algunos que se toman por edublogs. La postal que estoy comentando, además de proponer una idea original, la explica con detalle, la ilustra con ejemplos y datos, es por sí misma pedagógica, y lo seguiría siendo publicada en otro blog cualquiera. Si escribo esto último es en relación con el debate sobre edublogs que mantenemos en otra parte de nuestro edublog INTL 2.0, debate al que añado ahora la siguiente observación: sería más ajustado considerar edublog a un blog que mantuviese en sus entradas (posts) un propósito pedagógico, independiente del tema abordado (periodismo, deporte, tecnología, política, arte, lo que sea), que a otro que trate o aluda simplemente a temas educativos, sin más.

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